
De nuevo la noche se abría paso entre las nubes. La cara de la luna volvía a sonreírle. Recostado en esa obscuridad sin fondo, Anxo se preguntaba hasta cuándo la luna lo acunaría en su lecho de mar.
Veintitrés noches suspendido en el horizonte, flotando en un tiempo-espacio tal vez inexistente.