
Me atreví a pensar
que mi pincel podía cambiar
el color al mundo.
Empecé pintando en un cuaderno.
Dibujé un río con el azul
en sus aguas.
Le seguí el curso
con el trazo azul
hasta la desembocadura.
Y en su delta me afané
a saturar de azul el horizonte.
Desparramé azules en las telas
y en las paredes del taller.
Me abalancé sobre el resto de la casa,
la fui dotando de un azul celeste.
Salí a la calle pintando avenidas enteras,
los árboles, las señales de tráfico,
la lluvia, el aire...
Llené de azul mis pulmones.
Me convertí en azul.
Intenté seguir mis pasos,
azules eran antes de transformar
el asfalto.
Desaparecía el mundo
sumergido en un azul sin límites.